La Pampa de Granito
Era una inmensa pampa de granito; su color, gris; en su llaneza, ni
una arruga; triste y desierta; triste y fría; bajo un cielo de
indiferencia, bajo un cielo de plomo. Y sobre la pampa estaba un viejo
gigantesco; enjuto, lívido, sin barbas, estaba un gigantesco viejo de
pie, erguido como un árbol desnudo. Y eran fríos los ojos de este
hombre, como aquella pampa y aquel cielo; y su nariz, tajante y dura
como un segur; y sus músculos, recios como el mismo suelo de granito; y
sus labios no abultaban más que el filo de una espada. Y junto al viejo
había tres niños ateridos, flacos, miserables; tres pobres niños que
temblaban, junto al viejo indiferente e imperioso, como el genio de
aquella pampa de granito.
El viejo tenía en la palma de una mano una semilla. En su
otra mano, el índice extendido parecía oprimir en el vacío del aire como
una cosa de bronce. Y he aquí que tomó por el flojo pescuezo a uno de
los niños, y le mostró en la palma de la mano la simiente, y con voz
comparable al silbo helado de una ráfaga, le dijo: “Abre un hueco para
esta simiente”; y luego soltó el cuerpo trémulo del niño, que cayó,
sonando como un saco mediado de guijarros, sobre la pampa de granito.
- “Padre –sollozó él-, ¿cómo le podré abrir si todo este suelo es raso y duro?”
- “Muérdelo” – contestó con el silbo helado de la ráfaga; y levantó
uno de sus pies; y lo puso sobre el pescuezo lánguido del niño; y los
dientes del triste sonaban rozando la corteza de la roca, como el
cuchillo en la piedra de afilar; y así pasó mucho tiempo, mucho tiempo;
tanto que el niño tenía abierta en la boca una cavidad no menor que el
cóncavo de un cráneo; pero roía, roía siempre, con un gemido de
estertor; roía el pobre niño bajo la planta del viejo indiferente e
inmutable, como la pampa de granito.
Cuando el hueco llegó a ser lo hondo que se precisaba, el viejo
levantó la planta opresora; y quien hubiera estado allí hubiese visto
entonces una cosa aún más triste y es que el niño, sin haber dejado de
serlo, tenía la cabeza blanca de canas; y apartóle el viejo, con el pie,
y levantó al segundo niño, que había mirado temblando todo aquello.
- “Junta tierra para la simiente”, le dijo.
- “Padre - preguntóle el cuitado -, ¿en dónde hay tierra?”.
- “La hay en el viento; recógela” –repuso; y con el pulgar y el
índice abrió las mandíbulas miserables del niño; y le tuvo así contra la
dirección del viento que soplaba, y en la lengua y en las fauces
jadeantes se reunía el flotante polvo del viento, que luego el niño
vomitaba, como limo precario; y pasó mucho tiempo, mucho tiempo, y ni
impaciencia, ni anhelo, ni piedad, mostraba el viejo indiferente e
inmutable sobre la pampa de granito.
Cuando la cavidad de piedra fue colmada, el viejo echó en ella la
simiente, y arrojó al niño de sí como se arroja una cáscara sin jugo, y
no vio que el dolor había pintado la infantil cabeza de blanco; y luego,
levantó al último de los pequeños, y le dijo, señalándole la simiente
enterrada: - "Has de regar esa simiente”; y como él le preguntase; todo
trémulo de angustia: - “Padre, ¿en dónde hay agua?” - “Llora; la hay en
tus ojos”, contestó; y le torció las manos débiles; y en los ojos del
niño rompió entonces abundante vena de llanto, y el polvo sediento la
bebía y este llanto duró mucho tiempo, mucho tiempo, porque para
exprimir los lagrimales cansados estaba el viejo indiferente e
inmutable, de pie sobre la pampa de granito.
Las lágrimas corrían en un arroyo quejumbroso tocando el círculo de
tierra; y la simiente asomó sobre el haz de la tierra como un punto; y
luego echó fuera el tallo incipiente, las primeras hojuelas; y mientras
el niño lloraba, el árbol nuevo criaba ramas y hojas, y en todo esto
pasó mucho tiempo, mucho tiempo, hasta que el árbol tuvo tronco robusto,
y copa anchurosa, y follaje, y flores que aromaron el aire y descolló
en la soledad; descolló el árbol aún más alto que el viejo indiferente e
inmutable, sobre la pampa de granito.
El viento hacía sonar las hojas del árbol, y las aves del cielo
vinieron a anidar en su copa y sus flores se cuajaron en frutos; y el
viejo soltó entonces al niño que dejó de llorar, toda blanca la cabeza
de canas; y los tres niños tendieron las manos ávidas a la fruta del
árbol; pero el flaco gigante los tomó como cachorros, del pescuezo, y
arrancó una semilla, y fue a situarse con ellos en cercano punto de la
roca, y levantando uno de sus pies juntó los dientes del primer niño con
el suelo; juntó de nuevo con el suelo los dientes del niño, que sonaron
bajo la planta del viejo indiferente e inmutable, erguido, inmenso,
silencioso, como la pampa de granito.
Esa desolada pampa es nuestra vida, y ese inexorable e inmutable gigante es nuestra voluntad, y esos trémulos niños son nuestras entrañas,
nuestras facultades y nuestras potencias, de cuya debilidad y desamparo
la voluntad arranca la energía todopoderosa que subyuga al mundo y rompe
las sombras del destino.
José Enrique Rodó
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- ¿Cómo interpretas tu que el viejo represente a nuestra voluntad y los niños nuestras facultades y potencias?
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